«Ni en otras seis vidas arreglo yo este desastre

domingo, 15 de febrero de 2015

Grecia

La pérdida me consume. Grecia. Grecia en todas partes. Grecia no es el camino, es aquello en lo que termina todo. Todo acaba en pérdida. La angustia se escurre entre mis huesos y se acomoda junto a mis vasos sanguíneos, si cierro los ojos casi puedo sentir las ganas de llorar acompañando a cada impulso nervioso que ordena mi cabeza. Grecia. Todo es Grecia. Las lágrimas se esconden en los párpados, esperando la señal de salida para dispararse a correr por mis mejillas, a luchar por el primer puesto en una carrera que tiene a mi boca como meta, la que te conoces tan bien. Ni siquiera sé lo que queda ya, parece todo una estúpida competición. A ver quién se enfada más, a ver quién discute antes, a ver quién hace más daño, a ver quién se rinde primero. Grecia.
El dolor se ha instalado en mi estómago, junto a todos esos nervios que ya han amueblado su sitio para quedarse una temporada. Se me ha roto el filtro de la supervivencia, y ahora mis propios pensamientos se me clavan. En todas partes. Grecia. Parece que sólo respiro en mis sueños, porque allí todavía eres mía. Mía. Qué bien suena. Yo, la líder de las relaciones liberales, la que apoya la libertad del individuo para querer a más de una persona, y me gustaría gritarle al mundo entero que eres mía. Tú viste las ruinas a las que me había quedado reducida y decidiste juntar las tuyas, para ver si entre polvos y sonrisas conseguíamos construir un muro que nos protegiese de Grecia. Al final el muro nos ha acabado protegiendo de nosotras, digno de Berlín, y a ver cómo le explico eso a cada trozo de mí que se ha quedado en la otra parte. Rota, en pedazos distantes que ni se tocan, y ahora dime cómo me saco las astillas de Grecia que se me han quedado debajo de la piel, como témpanos de agua congelada, helándome. Que el fuego quema, pero el hielo también, y al mismo tiempo, encima, se derrite.

Resaca de sentimientos.

No hay nada más triste 
que el suicidio colectivo 
de unas letras malsonantes. 

Digo suicidio porque hablan de ti y tú ya no estás, 
y malsonantes porque es la única forma de la que puedo nombrarte 
después de que te hayas marchado 
y me hayas dejado aquí. 

Me derramo en palabras 
como una copa del que solía ser tu licor favorito 
antes de que lo aborrecieses. 
Nos hemos vomitado demasiados versos. 

Me pierdo en los recuerdos de algo que aún no ha pasado 
y en los sueños en los que aún somos algo. 
Me rompo con lo que pudimos ser 
y ya nunca más será, 
con lo que teníamos entre manos 
y dejamos caer por temor 
a lo que podía llegar a pesar. 
Me tapé los oídos con el miedo 
y me cubrí los ojos con cascadas de horror. 
Cuando me quise dar cuenta, 
estabas colgada de la sonrisa de otra 
y habías formado un mar de babas 
por un culo que no era el mío. 

Y ahora no hay alcohol que te ahogue, 
ni labios que me hagan olvidarte. 
Y quizás no basta con querer pasar página, 
porque nadie deja su libro favorito a medias.