Cuando
estás tan dolida que no te salen las palabras. Querrías gritarle al mundo todo
lo que te pasa, y no eres capaz ni de respirar. Todo en tu cabeza va demasiado
lento, olvidas cosas que creías que nunca podrías olvidar, y los únicos
recuerdos que conservas son aquellos que preferirías haber olvidado. Cada
recuerdo te tortura, cae sobre ti como si pesase cien mil kilos. Y miras
alrededor, y solo ves a gente feliz, a gente que en un momento u otro te ha jodido,
y ni le importa. Y te das cuenta de que son cosas que solo recuerdas tú, como
si te las hubieses inventado. Es esa horrible sensación de que todos a tu
alrededor respiran mientras tú te estás ahogando, por su culpa. Y se te van las
ganas de gritarle al mundo, porque cada vez estás más hundida, más cerca del
final, y nadie se da cuenta. Con poner una sonrisa todos se creen que estás
bien, o eso y eres una demasiado buena actriz, o es que nadie se molesta en ver
si esa sonrisa es de verdad. Te lo replanteas todo, y llegas a una conclusión: ¿qué
más da? Hagas lo que hagas el daño no va a desaparecer, y el vacío de dentro,
nunca nadie lo va a llenar, porque están demasiado ocupados en sí mismos. Y
suena egoísta, tal vez negativo, pero si te pones a pensar, es la única verdad.
En un mundo de falsos, los que van con buenas intenciones pierden.
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